Historia de un tatuaje

Estaba yo un día en la Universidad mirando hacia el poster que está frente a mi puesto. Evidentemente no lo estaba analizando a él sino que a mi vida y de repente, como un ataque inexplicable, surgió en mi mente la idea de ir a tatuarme, cosa que hace años quería hacer, pero no me atrevía por cobardía simplemente. Como muchas cosas en mi vida cuando me da la locura prefiero hacer las cosas sin pensarlas mucho, así que ni corta ni perezosa y en un estado de “trance” llame a mi hermana para que me acompañara al centro a hacerme el famoso “dibujo”.

Luego de 1 hora de estar escuchando el sonido de la maquinita tatuadora, con intervalos de apretada de brazo a mi compañera en momentos de dolor extremo, me fui para la casa más que contenta.

Esa noche dormí placidamente pero al otro día comenzaron las molestias típicas entre las que debo destacar la CONSTANTE picazón en la zona de interés. Habían momentos en los que simplemente se hacía intolerable la comezón y hasta el día de hoy no entiendo como soporté estoicamente sin rascarme.

Cabe destacar además que mi cuello quedo medio adolorido producto de los giros constantes que tenía que hacer a cada rato durante el día para echarme vaselina en el tatoo, procedimiento altamente recomendado por mi tatuador personal.

En fin, a casi 2 meses de la experiencia hago la presentación oficial del tatuaje en mi espalda, ya sin costras, picazones, enrojecimientos ni nada por el estilo.

Agradecimientos especiales: al diseñador del tatuaje que permaneció guardado esperando que yo tomara valor durante aproximadamente 2 años y a mi fotógrafo personal que hizo posible esta sesión fotográfica.